jueves, 29 de septiembre de 2011

MIS TESOROS DE PAPEL. MÉTODO DE AHN. By Kike Caba.


Hoy comienzo a mostrar mis pequeños tesoros de papel. A todos y cada uno de ellos les tengo un aprecio especial, pero a este, algo más. Tal vez porque es de los más antiguos que poseo. Está fechado en 1.886, publicado por la librería editorial de D. Carlos Bailly-Bailliere y se trata nada más y nada menos que de la ¡vigésimoctava edición!, todo un éxito de ventas para aquella época. Su título: "Método de AHN, primer curso de francés", arreglado al castellano por el profesor H. Mac-Veigh. Este ejemplar tiene el sello de la tienda donde fue comprado, allá por la bella Huelva.

La historia de este libro y de como llegó a mis manos es bastante curiosa, ocurrió como les cuento a continuación: Un lluvioso día de invierno, acompañando a mi esposa a su trabajo junto a a mi perro Patán, como hacía a diario,  al volver a casa tras despedirme de ella en la puerta de la clínica, de uno de esos contenedores para reciclar papel (el cual se encontraba atestado de papeles hasta la boca), cayó ante mis pies, aunque no le dio tiempo ni a mojarse, ya que lo recogí con rapidez, secándolo con un pañuelo y llevándolo con nosotros a casa. Allí lo dejé descansar junto a mis libros en una estantería y de allí a una caja acompañado siempre de libros y trasladado a mi nueva casa, donde, una vez montada mi biblioteca, descansa en un lugar privilegiado de la misma.

Pero su historia no acaba ahí, y es que, hoy, ojeando sus viejas y amarillas páginas, veo detalles que en su día no pude ver y que, ¿por que no?, bien pudiera ser una bonita historia de amor entre un profesor y su alumna.  Y es que, en la primera página, con una bonita y caligrafiada letra hecha con lápiz hay una leyenda escrita de puño y letra por su antigua propietaria, de la cual voy a obviar su nombre por respeto a su memoria, ya que la citada leyenda está fechada en 1.928, y suponiendo que por aquel entonces, aquella dama podría tener unos 20 años, hoy día tendría unos 102 años ...¡quién sabe?, puede que aún viva, como aquella abuelita superviviente del Titanic. En ella escribe textualmente: "... Recuerdo de mi profesor Don ..., Cádiz, 19-6-1.928". Tan simple como bonito.

Pero sigamos con la historia ideada por mi cabeza sobre suposiciones basadas en lo leído en este libro. Dos páginas más allá, se encuentra otra dedicatoria, esta vez con una letra más adulta, también muy bonita, inclinada en diagonal sobre la esquina superior izquierda de la página y que, de abajo a arriba, y en una cursiva también de caligrafía, se puede leer: "Para mi discípula predilecta ..., Cádiz, 19 junio de 1.928" ...
en un mismo día  coinciden las dos dedicatorias.

Al continuar pasando sus hojas, y tan solo cuatro páginas más adelante, me encuentro con los pétalos de una marchita flor, supuesta rosa roja, regalo del profesor a su alumna, ¿por qué no?. Una flor que hoy, ochenta y tres años después de ser cortada, vuelve a ver una vez más la luz del sol y recibe una bocanada de aire fresco, aunque no mucha, que sopla levante fuerte. Cierro la pagina con mimo, ya que debe permanecer en el sitio donde un día la depositaron, supongo con mucho cariño, al menos otros ochenta años más.

Pues más cositas van apareciendo guardadas entre las hojas de este preciado tesoro de papel, y es que, su propietaria, como buena cristiana que era, el día cinco de noviembre de 1.939, con lo agitado de aquellos tiempos, al pagar el recibo de dos pesetas con sesenta céntimos, cuota anual correspondiente al mismo año, de la Obra pontificia de la propagación de la Fe, guardó entre estas páginas (una detrás de la rosa) el recibo, y aquí permanece mudo testigo de que aquel año, ese recibo fue pagado. Además está firmado por la Hermana de María y colectora decurial, María Teresa Lahera.

Lo siguiente que me encuentro entre estas sorprendentes o sorpresivas hojas, dos páginas más adelante, es una nota manuscrita, también a lápiz , en una antigua hoja de papel de una raya arrancada a un bloc y con la misma letra de la estudiante, en la que practica con las vocales en francés, cosa muy normal y que demuestra por escrito que el libro sirvió para su propósito, además de para enamorar a sus propietarios, que fue el de estudiar francés.

Unas páginas más allá, quince de ellas, para ser exactos, me sonríe un arreglado señor dibujado y recortado, vestido de frac, con su monóculo en ristre y peluca de rizos, pajarita y cuello alto, con chorreras en las mangas y que dirige una romántica sonata para los enamorados. Su sonrisa se transmite a mi cara, la cual lo agradece, devolviendo al señor en frac a su página, para que siga tocando para ellos.

Ya llegando al final del libro, aunque no es lo último que encuentro, también aparece lo que puede ser una pequeña flor, tal vez un jazmín o alguna otra de similar tamaño y sin duda alguna, bello olor y que,  buen seguro traería bonitos recuerdos a su propietaria en los días posteriores en que abriese su libro.

Para terminar queda lo mejor, a tan solo tres páginas del final del libro, en una rajada hoja, tal vez de tanto abrir el libro por esa página para volver a releerla una y otra vez, dos trozos de hojas de papel, una de ellas, en blanco y gemela con la anterior en la que se practicaba con las vocales y otra, de un bloc de cuadros tamaño cuartilla, en la que se lee una poesía de veinticuatro versos escrita a máquina y firmada por las iniciales "R.L." con una bonita caligrafía, pero eso, eso será tema para otro día. Cierro por hoy el libro y aunque no me haya servido para aprender francés, me ha encantado poder compartir mis sueños para este libro con quién quiera leer este texto.

Enrique Caballero
29 de septiembre de 2011.










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